La mayoría de la gente no es aún capaz de entender realmente qué significan los
términos “big data”, “internet of things”, “cloud computing” o “smart city”, que
ni siquiera tienen una traducción clara al castellano, pero están presentes en
nuestra rutina diaria aunque pasen desapercibidos. Todos ellos suponen
importantes avances y todos son positivos, sobre eso no cabe duda. El big
data permite nuevos modelos de negocio y permite mejorar la eficiencia de
los tradicionales y contribuirá en gran medida a la investigación en el terreno
de la salud; el internet of things permitirá mejoras en nuestra vida
diaria, por ejemplo al permitirnos encontrar una plaza de aparcamiento de forma
más rápida, encender la calefacción para cuando lleguemos a casa o comprobar
cómo está nuestro perro, las smart cities modificarán las formas
tradicionales de urbanismo y serán más eficientes desde el punto de vista
medioambiental, el cloud computing ayudará a nuestras empresas a reducir
sus costes operativos. En definitiva, las puertas que se nos abren son
indescriptibles y nuestra sociedad puede aprovecharse muy positivamente de todas
ellas.
Sin embargo, todo ese avance tendrá un precio, que puede ser muy alto si no se
le pone límite y se regula debidamente y ese precio es nuestra privacidad,
nuestro derecho a decidir qué se sabe de nosotros y qué no. Cuando paseamos por
una calle de nuestra ciudad y una cámara nos va persiguiendo, cuando nuestros
hijos juegan con juguetes conectados a la red y perdemos el control de la
información que ellos mismos dan sin saberlo, cuando nuestro teléfono o nuestro
reloj nos dice cuánto tenemos que andar en un día y qué podemos comer o no,
cuando empresas de las que nunca hemos oído hablar nos asaltan en nuestro hogar,
sabiendo exactamente qué necesitamos y cuánto nos podemos gastar o cuando
nuestro ordenador se convierte en nuestro mejor amigo y sabe mejor que nosotros
cómo nos sentimos; es en ese momento cuando hay que pararse y reflexionar sobre
el camino que queremos seguir.
No sirve de mucho acordarnos de que existe un derecho a la privacidad y a la
autodeterminación informativa cuando escuchamos o leemos que la National
Secutity Agency (NSA) nos espía o que las empresas estadounidenses no
cumplen los requisitos mínimos de seguridad que exigimos en Europa. Debemos
tener presente nuestro derecho a la privacidad cuando pinchamos en una app sin
leer bien el condicionado o aceptamos servicios gratis por doquier a cambio de
nuestros datos, porque así es como dejamos de ser clientes para convertirnos en
producto. Si permitimos que toda nuestra vida esté registrada digitalmente, que
se nos manipule a través de la publicidad, que se nos invada continuamente por
mor de la seguridad, que se tomen decisiones que pueden afectar a nuestra vida a
partir de cómo nos comportamos en una red social, todos esos avances serán
nuestra perdición y sacrificaremos nuestra libertad.
Hoy se festeja el 10º Día de la Protección de Datos en Europa y por eso
deberíamos tomarnos un momento y pensar en que si bien la tecnología nos abre
nuevas puertas que a todas luces son positivas, la privacidad es la herramienta
que debe potenciarse y que todos debemos proteger para poder sentar unas reglas
básicas de comportamiento y convivencia. Sin privacidad, será difícil que el
mundo que conocemos no se vaya pareciendo cada vez más a una película de ficción
futurista, digna del mundo feliz de Aldous Huxley. |