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¿Tiene la exclusión fecha de caducidad?
MADRID, 16 de NOVIEMBRE de 2015

 

La relación de eso que venimos llamando Europa o más concretamente la Unión Europea con la discapacidad ha sido y es problemática. Si la acción pública en materia de discapacidad, como ha sido tradicional entender, era considerada algo propio de lo social, la Unión Europea no tenía demasiado que decir sobre esta realidad, pues el bienestar social no formaba y sigue sin forma parte de su ámbito de atribuciones indiscutidas. Solo cuando la discapacidad dejó de ser vista como una dimensión más de lo meramente social, y se la entendió como una realidad que coloca a la ciudadanía que la presenta en posiciones de desigualdad; solo cuando comenzó a percibirse como una cuestión de derechos, de derechos humanos violados o en riesgo de vulneración, el título competencial de la Unión Europea se fue reforzando. A lo meramente social se unió la no discriminación, lo que amplió el teatro de operaciones políticas, legislativas y programáticas. La discapacidad dejó de ser para Europa un quiero y no puedo para convertirse en puedo un tanto, no demasiado, pero no lo practico con convicción y firmeza. La discapacidad como algo en potencia, pero no en acto.

Esta, groseramente expuesta, es la situación de la discapacidad en la malla político-institucional de la Unión Europea, al menos, a juicio del activismo cívico de la discapacidad. Una cierta indefinición, seguida de una cierta apatía a la hora de pasar a la acción y sostenerla con vigor podía ser el dibujo ingrato de lo que la discapacidad es para Europa. La discapacidad no pertenece al núcleo duro de las preocupaciones y de las decisiones de la Unión Europea, la discapacidad, podemos concluir con una sensación de desolación contenida no está, como merecería, en la agenda política europea.

Estas sombrías aseveraciones pueden predicarse de los últimos acontecimientos de mayor relevancia producidos en esta esfera en los últimos tiempos. La Unión Europea a falta de algo mejor y más contundente adoptó en 2010 una Estrategia Europea de la Discapacidad 2010-2020, en las que establecía una serie de objetivos y unas vías de acción para alcanzarlos. Si bien los objetivos son de entidad –la efusión de proclamaciones solemnes es fácil en política- , el medio para conseguirlos, una Estrategia, es de suyo débil o más débil que otros, como un plan de acción, que sí merecieron realidades conexas como la juventud. Y no solo esto, los contenidos salvables de la Estrategia Europea de la Discapacidad constituyen el abono tardío de una deuda pendiente, y que se contrajo por la Unión al no incluir la discapacidad con el rango que merecía en la Estrategia Europea 2020, la que se supone es la carta de navegación de Europa para salir de la calma chicha en que se halla. Como no he podido o querido alojarte en el piso principal, te reservo un altillo: el espacio, la luz y la ventilación no son las mismas, claro es, pero estás al resguardo y al menos tienes lecho y techo. Date por contento.

Con este descuido, con esta desatención entre abúlica e ignorante trata la Unión Europea a la discapacidad. No corren buenos tiempos, no, para las políticas de discapacidad en Europa. Más allá de los conatos no exentos de retórica bienintencionada, todo indica que la caducidad de la exclusión se prolongará aún. Solo la persistencia del activismo podrá abreviar esos plazos que corren el albur de resultar infinitos.            

Luis Cayo Pérez Bueno

Presidente del Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad  (CERMI)


 



 
 
 

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