Parece que cada vez hay más debate sobre mujer y abogacía.
Últimamente, he tenido la oportunidad de oír tratar el tema en varios foros
(Open de Arbitraje, Legal Management Forum 2015, III Cumbre de Mujeres
Juristas). Tanto con ponencias expresas como en preguntas concretas a los
intervinientes.
Los datos son tozudos: suspenso en integración. Las mujeres
son más de un 50% de los que estudian Derecho y no llegan a ocupar un 15% de los
puestos directivos. Y no solo en las empresas o en los despachos. Tampoco llegan
a las altas instancias de la judicatura, a pesar de ser el 52% de los jueces. La
conclusión es clara: acceden cuando el criterio de selección es objetivo y no
cuando es discrecional.
¿Tenemos las mujeres un problema? ¿Tienen los despachos, las
empresas, la función pública, la sociedad, un problema? Las mujeres, con
seguridad, sí lo tenemos. Jugamos con desventaja en el mundo del trabajo, y
mucho más en profesiones como la nuestra, donde la disponibilidad es un factor
determinante. Pero, ¿nos preocupa esto a todos? O mejor, ¿debería preocuparnos a
todos?
Sin duda, sí. Porque es injusto. Porque la igualdad es una de
las grandes conquistas de la civilización occidental. A igual trabajo, igual
salario y las mismas oportunidades de promoción. El mundo jurídico, que debería
ser adalid de las causas justas, no puede quedarse atrás. Y mucho menos en la
era de la comunicación global y de la transparencia, donde cada vez pueden saber
mejor cómo te comportas, y donde te penalizarán si no lo haces como debes.
Pero también porque la diversidad es un valor en nuestra
profesión. Los abogados somos solucionadores de problemas. Y las diferentes
visiones traen también soluciones que abordan mejor la complejidad de los
asuntos. Otra razón poderosa es que las mujeres tienen, cada vez más, la
decisión de compra, es decir, de contratar nuestros servicios, y para las
clientas puede ser inaceptable la ausencia de mujeres. Y además, porque no se
puede invertir en talento --ni un país, ni una empresa-- para luego
despreciarlo.
Pensar que tienes un problema es, sin duda, el primer paso
para enfrentarte a él. Y ya son muchos los que piensan de esta manera.
Numerosos factores influyen en la discriminación:
culturales; sexistas; la lógica resistencia a abandonar una posición de
privilegio; valoración de habilidades de marcado carácter masculino; diferentes
prioridades; falta de modelos femeninos; brecha salarial que provoca desánimo en
la mujer y la toma de decisiones familiares que la alejan del ejercicio; menor
facilidad para trasladar su residencia o viajar; promociones decididas por
hombres dentro de su círculo de confianza; y otras muchas. Causas complejas para
un problema complejo.
Desde el legislador pueden hacerse muchas cosas: cuotas (cada
vez son más los que creen que es una buena fórmula); racionalización de
horarios; apoyo en el cuidado de hijos y mayores; bajas maternales obligatorias
para hombres y mujeres; apoyo a los nacimientos. Desde cada empresa y despacho
otras muchas: apuesta clara por parte de los equipos directivos; no premiar el
presentismo; cumplimiento por objetivos; flexibilidad de horarios; teletrabajo;
igualdad salarial; programas con mentores. Cada uno debe pensar qué es factible
en su organización.
Yo creo que hay una causa determinante: las mujeres dedican
una parte importante de su tiempo material y otra de su tiempo mental a las
denominadas “cargas familiares”. Y esto las lastra profesionalmente porque
tienen doble dedicación, doble responsabilidad y doble esfuerzo.
Las mujeres hemos conquistado el mundo laboral y estamos
disfrutando de él. Hace no tanto, se pensaba que no teníamos la capacidad, que
era incompatible con la “delicadeza” de nuestra naturaleza, e incluso estaba
prohibido (en el año 1961, expresamente, ser juez o fiscal). Trabajar tiene
enormes ventajas pero también inconvenientes. Mi secreto, lo que me ha
mantenido, lo que me ha hecho luchar, enfrentarme a las dificultades y
superarlas, es que todos los días me divierto en mi despacho. Me gusta ir a
trabajar. Es un reto intelectual y personal, un privilegio. Y ganarme la vida me
permite ser independiente y libre. También tengo días malos, pero se compensan,
con mucho, con los buenos.
También es mi secreto para seguir ocupándome de los míos: me
gusta, es un reto, me realiza como persona y me da muchísimas satisfacciones. Es
verdad que muchas de las tareas de esta otra faceta merecerían el nombre de
“carga”, pero, como en mi trabajo, las ventajas superan con mucho los
inconvenientes.
Pues igual que las mujeres conquistamos en su día el mundo del
trabajo, creo que la asignatura pendiente de los hombres es conquistar el mundo
de las responsabilidades familiares, que no “cargas”, y disfrutar de todo lo que
eso conlleva, como venimos haciendo las mujeres desde hace siglos. Tiene facetas
no tan placenteras, pero, como en los trabajos, las cosas buenas superan con
mucho a las malas. Deberían reivindicarlo. El día que lo hagan, habrá verdadera
igualdad. |