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06 de JUNIO de 2015

Tribunal Constitucional: oráculo de la verdad vs. herramienta política

LAWYERPRESS

Por Juan Gonzalo Ospina – Abogado Penalista, Presidente de la Agrupación de Jóvenes Abogados

 

Juan Gonzalo Ospina Serrano, Presidente Agrupación de Jóvenes Abogados de Madrid¿Se hubieran producido tantas injusticias legislativas en España de haber tenido un Tribunal Constitucional eficiente que velase por proteger los principios constitucionales?

 En nuestro sistema, no todo lo legal por el mero hecho de ser ley es justo, lo que produce que existan desigualdades y abusos entre iguales. Todas las leyes deberían ser justas, entendidas desde el respeto a los derechos fundamentales, como esencia de todo Estado Democrático de Derecho que tiene sus raíces en el respeto de la dignidad humana desde un plano de igualdad, libertad y justicia.

Sin embargo, cuando el garante de la legalidad, que en España es el Tribunal Constitucional no se debe al respeto ciego e imparcial de los derechos fundamentales y de los principios constitucionales, se termina desvirtuando lo justo y descafeinando la esencia de la Constitución, en beneficio de intereses partidistas y en detrimento del bienestar de toda la sociedad. Esta desigualdad que el ciudadano percibe como un abuso de unos pocos desde el sistema, alimenta el odio, los celos, la inseguridad y la inestabilidad. El Tribunal Constitucional no es simplemente el máximo guardián de lo “legal” sino que es la llave de lo justo en nuestro Estado de Derecho. Por ello, dado que sus resoluciones condicionan toda la razón de un pueblo, el Constitucional debiera estar blindado lo máximo posible ante injerencias políticas que busquen el oportunismo electoral, debiéndose sus decisiones únicamente a lo justo y a los principios que emanan de la Constitución.

Si el Tribunal Constitucional hubiera estado blindado ante dichas injerencias políticas y sus Magistrados hubieran actuado con el máximo respeto a los principios constitucionales, en España la división de poderes nunca hubiera muerto, ya que la intromisión política en el poder judicial fue fruto de esta imparcialidad. Uno de los factores principales que limita nuestra democracia es la triste politización de la justicia comenzando desde su pilar: el Tribunal Constitucional. Si este órgano hubiera velado por respetar el contenido real del artículo 122.3 de la Constitución, que en su día garantizaba la independencia judicial a través de la elección por los propios jueces de los vocales del CGPJ, la reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial en 1986, las siguientes y la última por parte del Partido Popular, nunca debieron de haberse permitido por entenderse estas contrarias a la esencia democrática de nuestra Constitución.

Si tuviéramos un Tribunal Constitucional ciego e imparcial, eficiente y eficaz, además que determinante en sus resoluciones, nunca hubieran visto la luz leyes que atentasen contra los derechos fundamentales. Desde el Estatut de Cataluña que no permite a los españoles ser “iguales” ante la ley y les discrimina entre hispano y catalanoparlantes; o la Ley de Tasas que dificultó el acceso a la justicia a la clase media, vulnerando el derecho acudir ante un juez; o la Ley de Seguridad Ciudadana que permite los cacheos integrales entre hombres y mujeres, lesionando la dignidad humana; o la Ley de Enjuiciamiento Criminal que no permite acudir a una segunda instancia para los casos enjuiciados en las Audiencias Provinciales, limitando así el derecho a un juicio con todas las garantías; o la Ley de Enjuiciamiento Civil art. 455.1 que impide las apelaciones para juicios de menos de 3000 euros; o la Ley 30/1992, que establece la presunción de veracidad de la administración discriminando así el derecho a la “igualdad” ante la ley, etc.

Del mismo modo, una de las dos leyes más sangrantes de los últimos tiempos, culpable de numerosas injusticias, y abanderada de quienes ahora desean ir contra un sistema que no les ha protegido, ha sido la Ley Hipotecaria española, y la Ley 7/1998 que regula las condiciones generales de la contratación y las cláusulas abusivas. Estas dos leyes, protegían y blindaban a la parte más fuerte del contrato, los bancos. Durante años los deudores hipotecarios tuvieron limitado su derecho a un proceso “justo” y en igualdad de armas, ya que no podían oponerse a la ejecución bancaria sino pagando la totalidad de la deuda, aún cuando está tuviera un origen ilegítimo, abusivo o nulo, y no pudiendo manifestar tal indefensión en fase judicial, dando lugar a  casos de desahucios que generaron una injusta desigualdad. Tuvo que llegar Europa y el TJUE  para corregir tales abusos permitidos desde el ejecutivo y perpetrados por las entidades bancarias.

El Tribunal Constitucional, como última instancia de lo justo, de lo adecuado, de lo bueno y de lo moral, debe controlar que todas las leyes respeten los derechos fundamentales y los principios de nuestra Constitución, que son las que nos permiten desarrollarnos como seres humanos con dignidad. El Tribunal Constitucional no puede quedar sometido al arbitrio político ya que es dejar al lobo cuidando a las ovejas, es abrir la puerta a las injusticias y al relativismo moral. “No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia, Montesquieu”.

 

 

 

 
 
 

 

 
 
 
 
 
 
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