No se
puede ganar siempre. Nadie, en ningún ámbito de la vida, puede vencer
eternamente.
Los abogados estamos
especialmente acostumbrados a ganar y perder. Todo abogado debe acostumbrarse a
recibir victorias y derrotas, pues a la complejidad del entramado legal y
jurisprudencial se añade el hecho de que en el proceso siempre tenemos que
enfrentarnos a otro compañero/a, igual o más preparado/a que nosotros, y además,
por mucho que nos esforcemos, la última palabra siempre corresponde al juez.
Cuando cursaba la Escuela de
Práctica Jurídica, gran parte de los consejos de los experimentados compañeros
abogados que nos daban clase era que no nos desanimáramos cuando perdiéramos un
juicio. Recuerdo una estadística llamativa: si a los cinco años de ejercicio
hemos ganado la mitad de los juicios, podemos sentirnos satisfechos. En aquél
momento me sorprendió semejante expectativa, pero con el paso del tiempo, he ido
comprendiendo que en la mayoría de los casos, está muy cerca de la realidad.
No deja de sorprenderme que el
ejercicio de la abogacía puede provocarte subidones de euforia cuando ganas un
juicio, y golpearte muy duro cuando lo pierdes. Los momentos de alegría se
alternan con los desencantos. Es una dinámica que se repite en el día a día de
los abogados: resoluciones estimatorias, que llegan de forma alterna o paralela
a resoluciones desestimatorias. No hablo solo de las que ponen fin al proceso,
sino de todas las vicisitudes que se producen durante el procedimiento. Estamos
habituados tanto a los “Se estima”, “Se accede…”, o “Se admite…”,
como a los “No ha lugar”, “Se deniega…” o “Se inadmite…”. En
definitiva, hemos de aprender a convivir con la certeza de que no podemos ganar
siempre, aunque también es cierto que las alegrías por las victorias compensan
con mucho las decepciones por las derrotas. Y en todo caso, solamente el hecho
de pedir justicia para nuestros clientes ya es motivo suficiente de
satisfacción, pues como dice Javier Gómez de Liaño (magistrado en excedencia y
abogado) "hacer justicia o pedirla es la obra más grandiosa del hombre".
Lo cierto es que vivimos tiempos
difíciles para el ejercicio de la abogacía. Ya en el año 2010 el Decano de mi
Colegio recibía a los nuevos compañeros en el día de su jura o promesa como
letrados diciendo: "empezáis la profesión de abogado, que en estos momentos
es dura y difícil; encontraréis dificultades para haceros con una clientela que
os permita vivir decentemente de vuestro trabajo", pero al mismo tiempo les
recibía con afecto por haber decidido "emprender la honrosa profesión de
abogados" y les animaba a prepararse "técnica y jurídicamente para ser
los mejores abogados".
El panorama en los últimos cinco
años no sólo no ha cambiado, sino que la situación para muchos compañeros se ha
agravado con motivo de las tasas judiciales, que han hecho descender de manera
muy importante la entrada de asuntos en los pequeños y medianos despachos, si
bien la abogacía ha logrado recientemente que por fin se supriman las tasas
judiciales para las personas físicas.
A ello se añaden las voces de
quienes vaticinan que la tecnología va a revolucionar el futuro de la abogacía.
En 2014 Richard Sussking pronosticó que la
abogacía cambiará más en diez años que en el último siglo por el impacto de la
tecnología.
Y entonces, con semejante
panorama, ¿qué necesitamos los pequeños despachos de abogados? Siempre se nos ha
dicho que los abogados necesitamos estudiar, formarnos y reciclarnos
continuamente: tenemos que prepararnos técnica, jurídica y tecnológicamente.
Por si esto fuera poco, hoy día
necesitamos dotarnos de nuevas capacidades. Como dice Sara Molina (Marketingnize)
en su libro El Abogado 3.0, "sin duda, el ejercicio de la abogacía en
el Siglo XXI, dista mucho del modo en que ésta se ejercía en el siglo pasado. En
la actualidad se nos exige contar con una serie de habilidades más allá de unos
sólidos conocimientos técnicos legales, que deben ser la base de una buena
trayectoria profesional. Competencias en: comunicación, marketing, gestión de
equipos, generación de negocio, team worker, capacidad de liderazgo, empatía,
gestión de riesgos, gestión del conflicto, creatividad, resiliencia,
planificación y gestión del tiempo,… van ligados al perfil del Abogado del S.XXI,
el Abogado 3.0".
Por su
parte, Paula Fernández-Ochoa (+MoreThanLaw) nos dice: "El entorno
socioeconómico, la estandarización de servicios, el escenario cada vez más
digital, y que el mercado es cada vez más competitivo que nunca, nos lleva a la
necesidad de diferenciarnos y de ganarnos la confianza de nuestros clientes",
para lo cual considera imprescindible potenciar nuestra marca personal.
Con todo, creo que lo más
importante que ha de hacer un abogado novel para resistir es tener siempre
presentes las palabras de Winston Churchill: “Nunca, nunca, nunca te rindas”,
porque la recompensa llega cuando recibes una sentencia cuyo fallo dice:
“Que estimando íntegramente la demanda…”. |