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04 de MARZO de 2015

Futbol y violencia de género

LAWYERPRESS

Por Susana Gisbert,  Fiscal. Valencia

 

Confieso que no soy aficionada al fútbol pero, pese a lo que muchos creen, no lo odio, aunque sí que detesto miles de las cosas que giran a su alrededor, tanto dentro como fuera de ese tremendo negocio al poco queda de deporte.

Pero, sin duda alguna, una de las cosas más repulsivas que he presenciado, y también leído, a través del reflejo que de ello ofrecieron los medios de comunicación, fueron los cánticos –por llamarlos de alguna manera- que los ultras –me niego a llamarlos aficionados- del Betis dedicaron a uno de sus jugadores. Nada, absolutamente nada en el mundo puede explicar que se ensalce su condición de presunto maltratador y, lo que todavía es peor, que se insulte abiertamente a la que ha sido su víctima, denuncia y medidas judiciales por medio, y que se haga en un lugar público, con muchos menores de edad dentro, insistiendo en que había hecho bien en pegar a la mujer, y haciendo esto además a voz en grito. Y menos todavía puede justificarlo el hecho de que el muchacho en cuestión dé patadas a un balón con más o menos arte.

El hecho en sí, no obstante, es de difícil castigo penal. Aunque en principio parece evidente que es una clara apología de la violencia de género, es de difícil prueba, ya que es casi imposible determinar, entre la masa de gente, quién o quienes han cometido el mismo. Más difícil si cabe es la punición de los insultos a la víctima, clarísimos, pero que tropiezan con el mismo problema de determinación del autor, al que se añade la necesidad de denuncia de la ofendida. En cuanto a la entidad bajo cuyo nombre actúa, al carecer de personalidad jurídica, también parece casi imposible encontrar encaje.

Pero de lo que no cabe duda es de la responsabilidad social en que semejantes sujetos incurren, y en la que incurren también quienes les jalean, y quienes se lo permiten o no lo evitan, que viene a ser lo mismo. El daño a la propia víctima es demoledor, y con ella a todas las víctimas de violencia de género, y el insulto a la sociedad misma. Pero tampoco es despreciable el daño que hacen a su propio ídolo, reconociéndolo autor de un delito y exaltándole por ello. Y a todo esto hay que añadir el daño que hacen a todos los verdaderos aficionados a este deporte y al club, cuyo nombre queda mancillado.

Hechos como esto deberían ser objeto de la más dura de las reprobaciones sociales y, además, deberían tomarse medidas para que quienes realicen tales hechos tengan prohibida la entrada a ese y a ningún otro campo de fútbol. Sólo una actuación firme puede tratar de contrarrestar los demoledores efectos de estas acciones deleznables.

Pero el problema es más profundo de lo que parece. Por un lado, está el tema de la violencia en el fútbol. El llamado “deporte rey” sirve en muchos casos como excusa para que las personas den rienda suelta a sus más bajos instintos con la impunidad que les supone perderse en la masa. Y usan una camiseta o una bufanda con los colores de un equipo como pretexto, haciendo flaco favor a esos colores que dicen amar. Y gritan al árbitro, a algún jugador o al equipo contrario toda clase de insultos como si tal cosa, acompañados, en muchos casos, de sus hijos menores, a quienes les dan un lamentable ejemplo. En casos extremos, como hemos tenido ocasión de comprobar, estas cosas llegan a terribles resultados, incluso a la muerte o lesiones graves. Pero ésa es sólo la punta del iceberg, y el problema existe antes, mucho antes. Y una cierta permisividad o pasividad con esas manifestaciones verbales hacen que la espiral no acabe nunca.

En este caso ha sido una víctima de violencia de género la difamada y, con ella, todas las víctimas, y la sociedad entera. En otras ocasiones ha sido la pertenencia a otra raza, por ejemplo, la que motiva los gritos vergonzantes de estos sujetos. Pero, en cualquier caso, la magnitud de la respuesta no ha sido la misma. Nuestra sociedad tiene puesto el umbral de tolerancia a la discriminación por raza u orientación sexual a niveles mucho más bajos que la discriminación por sexo. Y no olvidemos que las muertes por violencia de género, manifestación suprema de la discriminación de la mujer, son muchísimas, nada comparable a otro tipo de discriminación. Y el mensaje no parece calar en la conciencia colectiva. Si lo hubiera hecho, los miles de aficionados presentes en ese campo deberían haber reaccionado de inmediato, como de inmediato tendrían que haber reaccionado los responsables del club o de la salvaguarda de la disciplina deportiva. Reaccionaron, sí, pero de un modo tardío y, seguro, mucho más tibio que si se hubiera tratado de otro supuesto.

Por eso, aprovechando que estamos a las puertas de la celebración del Día Internacional de la Mujer, estaría bien que aprovecháramos este terrible hecho para reflexionar y tomar conciencia de la magnitud del problema. Y que, nunca, nunca, volvamos a ser testigos de algo así.

 

 

 

 
 
 

 

 
 
 
 
 
 
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