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30 de ENERO de 2015

Rutina o estallido

LAWYERPRESS

Por Emilio Gude, Ceca Magán Abogados

 

Emilio Gude, Ceca Magán AbogadosEn 1936, la rubia americana de largas piernas y altos tacones, como define Amanda Vail en su libro Hotel Florida a Martha Gellhorn, aún no se había convertido en una periodista de prestigio, ni había acabado en los brazos de Hemingway en el demolido Hotel Florida de la plaza del Callao antes de ser su tercera esposa. En aquel momento era aún una joven periodista con mucho talento que mantenía una tórrida relación epistolar, aunque nunca serían amantes, con H.G. Wells, de quien aceptó una invitación para ir a Londres. H. G. Wells estaba convencido del talento de Martha Gellhorn pero también conocía una de sus mayores debilidades: la pereza. Como la joven periodista tenía comprometido escribir un libro de relatos que el propio H.G. Wells le había conseguido de manera aventajada, el escritor la sometió a una rutina de trabajo diario: fijó una hora para levantarse, para el desayuno, le impuso escribir todos los días un número de horas, etc. Martha Gellhorn odiaba esa rutina y estaba enfadada con el autor de “La guerra de los mundos” por esa imposición pero comprobó como gracias a esa rutina escribió uno de sus mejores relatos sobre el linchamiento a un joven negro en Mississippi.

Supongo que al hablar de rutina siempre se espera una visión negativa de la misma. Entendemos la rutina como algo tedioso y aburrido y nada más lejos de la realidad. La rutina es un automatismo que nos permite actuar sin dedicar especial atención a aquello que estamos haciendo. Esta manera de proceder nos permite manejarnos sin razonar aquello que acometemos, lo que implica un ahorro de esfuerzo y de tiempo. Cuando alteramos nuestro entorno y debemos adaptarnos a otro, aunque éste no sea esencialmente diferente, destinamos a funciones simples y aprendidas, un esfuerzo para su conocimiento y para decidir cómo realizarlas. Si trasladásemos esa dinámica a todas y cada una de las actividades que llevamos a cabo a lo largo del día, el sobresfuerzo sería homérico. De esta manera, los automatismos, la rutina, nos permiten manejarnos con un mínimo de atención en labores cotidianas que además tienen el efecto añadido de detección de cualquier anomalía que impida realizarlas y por lo tanto, reaccionar ante una situación perjudicial o de peligro.

Si establecemos que la rutina no es mala per se y sin embargo, como hemos dicho, tiene una concepción negativa debemos determinar la razón de esta catalogación. Lógicamente, como casi todo en este mundo, el exceso de algo, aunque este algo sea bueno, lo convierte en nocivo. Así, cuando la mayor parte de nuestra actividad es rutinaria estamos repitiendo todos y cada uno de nuestros días los mismos actos y por lo tanto, tenemos las mismas sensaciones e incluso sentimientos. Podríamos objetar que si las sensaciones y los sentimientos son buenos, la rutina nos blindaría en una esfera de confort, pero no es así.

El ser humano se caracteriza por su necesidad constante de cambio, entendido como avance. A lo largo de la historia de la humanidad es la inquietud por las nuevas experiencias, por los descubrimientos, por los cambios los que han ido mejorando nuestra sociedad tanto material como espiritualmente, si se me permite el término. En el mismo sentido, a lo largo de la vida de una persona se necesitan cambios, diferencias, distintos terrenos y situaciones que afrontar y sobre todo muchos estímulos que colmen nuestra necesidad de lo intangible. Necesitamos salir de la rutina, de lo ordinario, conocer nuevas personas, nuestras situaciones, afrontar retos distintos, resolver problemas, etc… Fomentar la creatividad, la imaginación, profundizar en nuestra sensibilidad, en nuestra capacidad de pensamiento y abstracción nos permitirá ser sujetos, a menudo, de nuevas sensaciones y, en menos ocasiones, de nuevos sentimientos.

De esta manera, y enfocándolo en nuestra práctica profesional, tenemos claro que necesitamos una cierta rutina para organizar nuestra labor. Así automatizamos labores y tareas que al operarse de manera ordinaria nos ahorran mucho tiempo y esfuerzo. Incluso con determinadas labores de un mayor rango. Eso nos permite dedicarnos a empeños de alto valor con un mayor tiempo y más frescura mental. Pero a la vez que nos aprovechamos de esa rutina, debemos estar atentos a reconocer cuándo deja de ser un instrumento y se convierte en un estado, porque en ese momento estaremos entrando en una situación complicada de revertir.

La mejor manera, a mi modo de ver, para combatir la rutina es la inquietud. El mundo, incluso el profesional, está compuesto de multitud de estímulos al alcance de nuestra mano. Asistir a cursos, conferencias, actos jurídicos que nos permitan no sólo aprender sino descubrir puntos de vista distintos que puedan servirnos en nuestra actividad. Conocer a compañeros y profesionales de otros ámbitos, estudiar nuevos temas que surgen cada día en el mundo del Derecho, explorar nuevas áreas, colaborar con asociaciones, escribir artículos, ayudar en labores sociales pro-bono, son algunas de las muchísimas actividades que podemos desarrollar y que serán una fuente de estímulos, de variación y en muchos casos de inspiración, sin olvidar que nos permiten tener la sensación de pertenencia a un grupo ya que, gran parte de los profesionales que realizan su labor en despachos individuales o pequeños, pueden sentir aislamiento. Por supuesto, cualesquiera de estas actividades nos exige un esfuerzo por lo que antes hemos tenido que decidir qué merece la pena. Salir de la rutina requiere recursos pero el fin logrado, a mi modo de ver, resulta beneficioso. Al fin y al cabo, como nos dijo Benedetti “Uno tiene en sus manos el color de su día: rutina o estallido.”

 

 

 

 
 
 

 

 
 
 
 
 
 

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